¿Esfuerzo o Estima?

«Para hacer bien una cosa, amigo mío debes de amarla»

Percibo en el ambiente cierta nostalgia reivindicativa del esfuerzo. Muchos portavoces lo reclaman como el gran valor a recuperar, otros lo añoran como la calidad perdida. Los jóvenes de hoy parecen encarnar una juventud que no se esfuerza, y el prototipo por excelencia es el joven escarxofat al sofá durante una buena parte del día, en una situación en la cual no se sabe muy bien donde acaba su jefe y dónde empieza la almohada.

A veces me pregunto si el esfuerzo es, ciertamente, un valor, una calidad a fomentar, un disparo a pulir o una actitud a desarrollar.

Bien es verdad que la naturaleza opera con el principio del «mínimo esfuerzo» o «economía del esfuerzo». El viento puede soplar con gran fuerza, pero lo hace sin esfuerzo; la lluvia puede llegar a caer impetuosamente, pero siempre lo hace «por su propio peso», sin empujar

Si el esfuerzo, en sí mismo, fuera un valor, sería deseable realizarlo todo esforzadamente, con más crispación y tensión, con el mayor desgaste.

Bien es verdad que la belleza surge cuando los movimientos se realizan de manera fluida, casi sin esfuerzo. Una danza ejecutada de manera esforzada pierde su encanto, un intérprete que se pelea con su instrumento o que se tiene que esforzar a hacerlo sonar no seduce el público. Un actor que sobreactua, que no es espontáneo ni natural, que tiene que esforzarse a parecer el que representa, no convence ni atrapa el espectador.

En la pedagogía, como en la vida en general, tendríamos que ser, quizás, algo más naturales, y no exaltar ni enaltecer los sobreesfuerzos, sino alentar la dedicación, la paciencia, la perseverancia, la voluntad, la autodisciplina, el autodominio y una entrega sin reservas.

No promuevo en mi pedagogía «esfuerzo», pero sí la «fuerza de una dedicación amorosa en el trabajo que se realice».

El reto está a saber generar en nuestro corazón cierta «fuerza» o «voluntad» de hacer, alimentar nuestras acciones y tareas con las ganas extraídas del pozo de las propias motivaciones internas.

Un tipo de «fuerza sin esfuerzo».

Todo el que es valioso supone dedicación y entrega.

Estimar el que basura y que el que basura sea fruto de nuestro amor.

La actividad como latido de un corazón enamorado de aquello que hace y a la cual cosa se libra «en cuerpo y alma», un trabajo que puede llegar a sostener no en «esfuerzos» sino en «pasiones».

El esfuerzo convoca el músculo, la entrega es una invocación del corazón.

Texto del libro La sabiduría del vivir, de José María Toro, y que también encontrarás en mi libro «Nervis a la Graderia»